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MONDO

“Vengan zurdos”: represión y fascismo policial en Argentina

Lo que vivimos el miércoles es el pasaje de un fascismo “de pico” a un fascismo policial. El gobierno preparó la escena advirtiendo que se presentarían “barras bravas”, pero la única barra brava fue la policía, que excedió todo marco institucional y actuó como un ejército de facto

Hay quienes dicen que el gobierno de Milei muestra signos de debilidad, mientras que otros sostienen que ganará irremediablemente las elecciones intermedias de octubre. Si se fortalecen el peligro es inminente, si se sienten débiles son mortalmente peligrosos… Cuando sucede algo del género significa que estamos frente a una expresión del fascismo, al menos de un fascismo germinal. Lo que vivimos el miércoles es el pasaje de un fascismo “de pico” a un fascismo policial. Desde el parlante de un camión hidrante de la policía federal se escuchaba bien claro: “vengan zurdos”. Los significantes de la última dictadura argentina son repetidos desde hace un tiempo, atravesando umbrales de tolerancia y volviéndose cada vez más performativos en redes sociales y medios de comunicación. Las fuerzas de seguridad en Argentina reproducen muchos de los comportamientos de la dictadura, hay una larga lista de asesinados y desaparecidos en democracia. La policía que personas “de bien” temerosas reclaman y que gobiernos demagógicos utilizan es copartícipe de la organización del delito complejo y, en cada barrio popular se conoce su complicidad con el narcotráfico. Hay un hecho incontrastable: todos los vecinos saben dónde está el “transa”, ¿la policía es la única que no sabe?

El gobierno no cuenta con nuevas máscaras, toda su apuesta a mostrarse como lo otro de la casta política se consumó a menos de un año y medio de gestión. Ahora son lo más rancio de la política, diputados y senadores que nadie conoce, gobernadores feudales, dirigentes que tienen precio y un poder judicial corrupto y tramposo quienes protegen a Milei. Nunca en la Argentina la antipolítica había desembocado en la solución más característicamente palaciega, de la cúpula del Congreso hasta lo más profundo del sótano. El presidente es un estafador a la luz del día, su hermana está acusada por cobrar sobornos, el director de la agencia que recauda impuestos es un evasor de gran escala, el ministro de justicia, tiene un prontuario envidiable por cualquier delincuente común (desde la muerte de una amante, la defensa de corruptos de la década del 90, hasta el patrocinio con su estudio a narcos y violadores)… la lista sigue, toma a todo el gabinete y a los legisladores que levantan la mano cada vez que el gobierno lo pide.  

Quienes se definen a sí mismos como “apolíticos” hoy juegan con el fascismo. Quienes consideran que esto no es tan grave son ya nuestros enemigos. Quienes no empeñen todas sus posibilidades para ponerle un freno al gobierno y propiciar su final, son traidores. No es una cuestión de gustos ni de elección individual, hoy la historia acomoda los tantos de esa manera. Tal vez, hubiéramos preferido una democracia liberal algo más mañosa, una socialdemocracia edulcorada o, como ya tuvimos en el pasado reciente, un reformismo insuficiente. Esos no son, claro, nuestros horizontes, sino pisos de discusión que nos ubican como adversarios, como actores de un dinamismo algo más incierto, con posibilidades de tensionar la realidad y perforar el realismo. Pero lo que hoy vivimos nos deja sólo un campo de la imaginación: la conspiración.

La ministra de seguridad Patricia Bullrich es un caso perdido. Sueña con convertirse en una suerte de “dama de hierro” del subdesarrollo, pero apenas si alcanza a parecerse a una señora de lata. Fue la candidata de la derecha tradicional en las últimas elecciones y perdió, quedó, de hecho, en el tercer lugar, por detrás de un peronismo que había llevado al país a casi 200% de inflación anual. Esta derecha espectral, sin principios ni tradición, corre detrás de espacios miserables de poder, por lo que rápidamente Bullrich aceptó ser ministra de quien la había humillado públicamente y acusado de haber puesto bombas en jardines de infante cuando, en su juventud, militaba en una agrupación peronista que contaba con brazo armado. Por su parte, desde el peronismo y la izquierda siempre la acusaron de formar parte de los servicios secretos. Torpe en el uso de la palabra, precaria de conceptos y desprovista de elegancia, Patricia Bullrich es responsable por el asesinato por la espalda del joven mapuche Rafael Nahuel en 2017, a manos de un efectivo de la Prefectura que ella comandaba. También se dedicó a encubrir la desaparición forzada seguida de muerte de Santiago Maldonado, originada por una represión planificada por Pablo Noceti, su entonces jefe de gabinete del ministerio de seguridad, desde la estancia Leleque en la Patagonia, ¡propiedad de Bentton! El juicio por el crimen de Estado que terminó con la vida de Santiago Maldonado, tras un sin número de irregularidades sigue abierto.

Pero Bullrich no es la única en repetir cartera ministerial con apenas cuatro años de diferencia (sin mencionar su rol como Ministra de Trabajo en 2001, el mayor fracaso de un gobierno en democracia… hasta ahora). También el ministro de economía Luis Caputo –un oscuro trader millonario– repite su performance, ya que había sido ministro de Macri. Fue uno de los gestores del endeudamiento externo obsceno y de la inflación entre 2017 y 2018. Además, fue acusado por un fiscal federal muy honesto y capaz (Federico Delgado) por haber utilizado su posición como funcionario en favor de sus intereses particulares como consultor y accionista. Al parecer, para Milei, el comportamiento delictivo desde el Estado y el fracaso en la gestión son méritos suficientes para hacer de dos ex ministros sus los principales ministros de su gobierno. Cabe recordar, además, que el propio Milei, cuando se paseaba como penelista por distintos canales de televisión (hoy cómplices de este desastre) decía que Caputo se había “fumado más de 15 mil millones de dólares de las reservas del Banco Central”. Pero en estos tiempos la palabra no vale nada y el cambio de una posición a otra desafía la velocidad de la luz, al punto que todo podría ser obra de una Inteligencia Artificial operada por computación cuántica… o sea, que se puede sostener una posición y la contraria al mismo tiempo.

Es necesario volver a aclarar que Milei no es un outsider, sino un bufón de los sectores de poder económico de la Argentina. Fueron, de hecho, los estudios de abogados de esos grupos quienes redactaron la ley vergonzosa aprobada con escaso margen por parlamentarios indignos que ni siquiera leyeron los más de 300 artículos que contenía. Fue prácticamente una reforma constitucional encubierta que incluía atribuciones especiales para el poder ejecutivo. Un presidente que, aun con una parte del parlamento dispuesto a venderse a bajo precio (o quién sabe se llenan los bolsillos más de lo que podemos imaginar desde nuestras modestas ocupaciones), prefiere gobernar con puros decretos. Se trata de DNU (Decreto de Necesidad y Urgencia), una herramienta destinada a la excepcionalidad que utiliza Milei para desconocer la voluntad popular que escasamente resta en las bancas parlamentarias. El procedimiento es sencillo: si para conseguir una ley el gobierno necesita una mayoría simple, es decir, la mitad más uno de los presentes y, por lo tanto, con la mitad más uno de los presentes en sentido contrario puede perder; los DNU adquieren inmediata fuerza de ley y en caso de pretender rechazarlo, los legisladores de ambas cámaras (diputados y senadores) deben conseguir 2/3 de los presentes. En un contexto tan pornográficamente corrupto y con un porcentaje de la opinión pública enceguecida nunca se reúnen esos 2/3.

Hasta el momento, el gobierno había logrado controlar a las organizaciones más tradicionales, sindicales, piqueteras, a movimientos sociales. Lo hizo apelando a una imagen pública desgastada de esos sectores, a la creación de causas judiciales contra sus referentes y a un protocolo represivo, con detenciones arbitrarias y causas penales ficticias contra los manifestantes. También es cierto que esos sectores otrora dinámicos, atravesaban problemas internos y, más generalmente, dificultades organizativas y de sentido político. En cuanto a la CGT, es mejor no hacer comentarios… Lo mismo ocurre con la oposición peronista y de izquierda, que no logra proponer alternativas creíbles a la sociedad. Es notable el caso del gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, que llevó adelante una gestión transparente y aparece como un referente joven y muy formado, pero que carece de la audacia necesaria para confrontar al gobierno nacional con otro modelo de lo deseable que se traduzca en políticas y leyes (de tierras, de alquileres, de medicamentos y alimentos públicos, de progresividad impositiva, etc.). Además, como si fuera poco, cuando se anima a asomar la cabeza encuentra la oposición interna del hijo de Cristina Kirchner y se sorprende con los desaires de la propia ex presidenta y luego ex vicepresidenta del gobierno del Frente de Todos. Es decir, reproducen la lógica política que nos trajo hasta acá.

Los jubilados, desde que gobierna Milei, perdieron más del 20% de sus ingresos, perdieron los medicamentos gratuitos y sufrieron, como el resto de la población, los aumentos en los servicios básicos, alquileres y transportes públicos. El gobierno reprime abiertamente todos los miércoles a quienes se encuentran en condiciones desventajosas (necesitan para vivir un mínimo de $1.200.000 y cobran menos de $400.000). Pero el último miércoles reprimió y además detuvo ilegalmente a ciudadanos que se acercaron a acompañarlos y a través de la voz de la propia ministra son acusados falsamente por actos delictivos que no cometieron. Los infiltrados, los paseos en patrulleros y en camiones de la policía recuerdan a las gesticulaciones temerarias de la dictadura de la desaparición de personas. Las operaciones fueron muy burdas, tanto que nadie con dos dedos de frente puede creerlas. Es aun peor, no las creen, las desean. No olvidemos que hay un deseo fascista.

Los jubilados en la Argentina tienen una historia de lucha. Todos recordamos a Norma Plá, una emblemática referenta que discutía en medios de comunicación adversos, que enfrentó a la policía con su cuerpo esmirriado y su espíritu grandioso. Una vez polemizó cara a cara con el ex funcionario de la dictadura y ex ministro del menemismo Domingo Cavallo… hasta hacerlo llorar. Fue un tiempo de hipocresía, no sólo por parte de un ministro con lágrimas de cocodrilo, sino de una sociedad embelesada por el consumo en cuotas y una clase media estúpida comprada con la posibilidad de vacacionar en el exterior. Menem fue reelecto en 1995 con casi el 50% de los votos cuando Argentina alcanzaba su pico más alto de desocupación, casi el 20% de personas sin trabajo. Es un antecedente desalentador. Pero no se puede comparar linealmente un momento histórico con otro.

El gobierno preparó la escena advirtiendo que se presentarían “barras bravas”, pero la única barra brava fue la policía, que excedió todo marco institucional y actuó como un ejército de facto. Un policía golpeó a Beatriz, una mujer de 87 años, arrojándola al piso arriesgando su vida. El fotógrafo Pablo Grillo lucha por su vida en el hospital tras recibir una bomba de humo por parte de la policía. Medios de comunicación como el grupo La Nación, que fue cómplice de la última dictadura genocida y hoy actualiza ese linaje, titula de manera grotesca: “Una jubilada le dio un bastonazo a un policía, este reaccionó y provocó su caída: resultó herida por un fuerte golpe en la cabeza” Es decir, ¡culpa a la jubilada! Sobre el fotógrafo que sufrió el intento de homicidio por parte de la policía de Bullrich, la ministra pretendió legitimar el hecho: “era un militante…” Es decir, que, desde las máximas autoridades del Estado, hoy en Argentina se sostiene que militar políticamente y manifestarse dentro del marco constitucional justifica la represión hasta la muerte.  

En cuanto a la movilización, es destacable que del lugar menos esperado surge una bocanada de solidaridad. El miércoles los jubilados fueron acompañados por una corriente espontánea de hinchas de fútbol de distintos equipos en los que resonó una frase de Maradona que viajó desde la década del 90: “hay que ser muy cagones para no defender a los jubilados”. Muchas personas fueron guiadas por el sentimiento deportivo (o el sentimiento como deporte), que condensa historia e historias, reservorio de una memoria sensible y de una gramática popular plena de astucias. Hoy el lenguaje de la cancha, con su estilo directo y su completa falta de pureza y corrección, se ubica por encima de la política profesional, incluso de buena parte de la intelectualidad brumosa, para colmo, tomada por una victimización gozosa. Tal vez, la sorpresa desordenó la brújula ya frágil del gobierno. No es seguro que pueda aprovechar políticamente la represión, aunque parece estar apostando todo a una confrontación sucia. Por las calles de Buenos Aires, se oyó hasta la madrugada el repudio con un cántico traído directamente de 2001: “¡Que se vayan todos, que no quede ni uno solo!” La antipolítica goza de una ambivalencia que nos obliga a disputar el descontento.

Finalmente, quien escribe, debe abandonar la crónica, ya desbordada de rabia, y retener algo de esa bronca para compartir una digresión.

Tenemos la necesidad y la obligación de asumir la defensa de la vida y el deseo de una existencia más amable; nos corresponde desarrollar en todo espacio, entre personas cercanas, entre redes de afines y no tan afines, formas de vivir que, escapando al radar del poder, sólo sean percibidas cuando ya no haya vuelta atrás, cuando quitarnos nuestros posibles no forme más parte de la ampliación de los posibles de una derecha que busca afirmarse. Ni deserción ni enfrentamiento superestructural. Hay que crear para combatir desde el deseo, para levantarnos cada día con un sentido que supere la tristeza del resignado tanto como la del mandato militante. Que el combate nos encuentre por el camino, con la elegancia que toda vida merece, con la alegría de pertenecer a este mundo, aun oscuro y tenebroso como se presenta, con la sonrisa de quien es capaz de sentir que la vida es algo demasiado serio como para tomársela en serio.

Immagini di copertina e nell’articolo del fotografo argentino Kala Moreno Parra da Buenos Aires, che ringraziamo per la gentile concessione.

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