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MONDO

El mundo boca abajo. Nota sobre la marcha del orgullo antifascista en Argentina

Imágenes y sensaciones de la marcha del sábado 1 de febrero, una innovación de colectivos tenidos por minoritarios que se pareció más a una huelga social que a un reclamo sectorial

 Un hombre morrudo con cara de pocos amigos viste un tutú multicolor, un joven estilizado de camiseta vivaz sostiene un cartel que reza: “Los trolos a la calle, los fachos al closet”, un coro de chicas militantes canta desde un camión en movimiento “Mucho sexo gay, fuera Milei”, una mujer trans ríe con un trava como los de antes… por todas partes hetero, homo, no binarie, travesti, se confunden y se mezclan con los calores que devuelve el cemento, las humaredas de las parrillas, los bombos y las arengas.

Se respira fiesta y deseo de combate, acompañamiento afectivo y una consciencia cívica resquebrajada que encuentra la excepción para colarse. Conmueve la entereza de algunos cuerpos frágiles, las ganas de pavonearse entre la multitud a pesar del dolor, la valentía con el miedo a cuestas. No estamos frente a una nueva moral del débil y su consecuente victimización, sino ante la posibilidad de anudar fragilidad y potencia desde vidas y prácticas concretas.

Imágenes y sensaciones de la marcha del sábado 1 de febrero, una innovación de colectivos tenidos por minoritarios que se pareció más a una huelga social que a un reclamo sectorial. Los planteos más articulados ideológicamente y la razón solemne que no pocas veces toman por asalto los discursos militantes dejaron lugar al humor ácido, la catarsis física, formas callejeras de la política, cánticos populares, en una atmósfera amigable, permeable a complicidades inesperadas. El imprescindible reclamo por los derechos y las políticas públicas, se mantuvo en un segundo plano respecto de la condición pública, de hecho, de la palabra, de la disidencia de género, de la performatividad de los cuerpos. Quedó claro que no era un asunto de “puertas adentro” y que dijo lo que dijo, donde lo dijo y desde el lugar institucional que lo dijo (más allá de lo insinuado por algunos liberales culposos y homosexuales colaboracionistas que lamen las botas de Milei…).

Cuerpos y más cuerpos en una ciudad que se volvió chata y conservadora como Buenos Aires, con su modernidad de plástico, la obscenidad de sus negociados inmmobiliarios y la violencia institucional y parapolicial contra las vidas que se viven en los márgenes. Una multitud que se movilizó en una fecha adversa, en plenas vacaciones, cambio de mes y, coronando la jornada, un sábado soleado ideal para el descanso y la recreación.

La marcha del Orgullo Antifascista y Antirracista LGBTQI+ fue precedida por una asamblea multitudinaria el sábado 25 de enero en el Parque Lezama, muy cerca del barrio de La Boca, donde curiosamente, con una convocatoria muy menor, Milei había lanzado a fines de septiembre de 2024 su partido político a nivel nacional. Más allá de caracterizar al gobierno como fascista o protofascista, el significante “Antifascista” es novedoso en su articulación con el antirracismo y los movimientos transfeministas, disidentes, etc. Argentina no tiene una tradición antifascista constante que llevara ese nombre. En todo caso, es posible identificar momentos importantes como el repudio al acto nazi en el Luna Park en 1938, rodeado, por abajo, de manifestaciones que fueron reprimidas por la policía, o la preocupación de las organizaciones obreras y diversos sectores de la política que, por arriba, se expresaron desde Comisión Investigadora de Actividades Antiargentinas en la Cámara de Diputados (de 1941 a 1943)… El carácter antifascista de las luchas en Argentina adoptó el nombre de los organismos de Derechos Humanos con las Madres a la cabeza, entre la gestación de la Triple A (Alianza Argentina Anticomunista) y la dictadura de la desaparición de personas. También en la década del 80 emergen espacios anarquistas con ese tinte y últimamente dentro y fuera del feminismo hay agrupaciones que relanzan prácticas e ideas antifascistas.

Pero se puede leer en la elección del nombre de la convocatoria una respuesta a un ataque de carácter global. ¿Se trata de la vocación de entrar en una conversación con los movimientos antifascistas a nivel internacional? Más allá de los reflejos que mostraron las organizaciones para elegir el tipo de enunciación, la marcha fue de interés público a nivel mundial (tal vez eso explique la baja densidad policial, teniendo en cuenta el rasgo represivo de un gobierno que tiene como ministra de seguridad a Patricia Bullrich, responsable de las fuerzas de seguridad que desaparecieron y asesinaron al activista Santiago Maldonado y luego mataron a balazos al mapuche Rafael Nahuel, entre otros casos).    

La agenda mostró elasticidad y transversalidad, pasando de la disidencia de género a la lucha de los inmigrantes y a la empatía con el pueblo palestino… Pero, fundamentalmente, se trató de una transversalidad de semblante y de actores que logró también convocar a sectores más tradicionales del sindicalismo y la política, periodistas, artistas y grupos autónomos.

Más allá de la respuesta a un gobierno que ataca verbalmente desde el Estado, reprime con una policía cada vez más empoderada y desarma políticas públicas directamente relacionadas con los espacios convocantes de la marcha, la preocupación se extiende también a instancias más domésticas. Se trata de otro nivel de disputa que se observa en las mesas familiares, en los comercios, en la calle. El rechazo a las agendas identificadas como “progresistas”, la reafirmación del individuo propietario como horizonte de sentido, el antiperonismo en sangre que no cede y el cinismo antipolítico que delega en la derecha la gestión de lo común, incluyendo el estado de ánimo. Por eso, la pregunta no es solo “¿quiénes y cuántos apoyan a Milei?”, de donde surge un alto porcentaje de adhesión; sino ¿desde dónde se lo apoya? Es decir, ¿qué fuerzas, flujos anímicos y deseos encarna o moviliza?

Es un verdadero desafío desarmar o, al menos, neutralizar el repertorio de prejuicios de quienes, por otro lado, reniegan de las condiciones de vida, pero no asocian ese malestar al modo en que están organizadas las sociedades contemporáneas e incluso suelen empatizar con las posiciones patronales cuando se les piden sacrificios. Un verdadero modelo de la obediencia que acepta la idea de que “antes vivíamos por encima de nuestras posibilidades”, cuando realmente no vivíamos bien. Y, para colmo, culpan a quienes peor la pasan, a quienes se organizan, luchan y levantan la voz. Unos desconocen y otros rechazan con resentimiento la enorme tarea de las redes de solidaridad en género, educación, salud mental, espacios que contienen, organizaciones que reinventan el modo de vivir…

Es grande el contraste de esas vidas quejosas, su fascismo vulgar escondido detrás de una pantalla, cuando no su aparente ingenuidad de tele espectadores, contra las vidas de quienes ponen su cuerpo como garantía de un compromiso que siempre es afirmativo, que a veces ama con odio –como nos enseñó Hebe de Bonafini–, que ríe y tiende la mano desde lo más íntimo del dolor –como nos enseñó intransigente Norita Cortiñas. Hay un arquetipo de la clase media aspiracional, una clase media que empieza desde bien abajo, cuyas fantasías inconfesables son cada vez más visibles, como si se sintieran legitimadas por el fascismo ambiente. Esa visibilización se corresponde con un régimen algorítmico que crea perfiles y burbujas, que deja emerger referentes (influencers) y formatea la percepción cada vez más lejos del cuerpo. Lo que aun no sabemos es si el abismo entre la marcha del sábado y la multitud algorítmica tenderá a agudizarse o si encontraremos formas de interpelación y elaboración que nos devuelvan un nuevo suelo común para la convivencia y la defensa de la vida, en el marco de una hibridación con el nuevo mundo digital que aparece irreversible.

Si de calle y de cuerpos se trata, el gobierno juega con fuego, su programa de agresión a la diversidad misma es correlativo de su planteo económico que, tarde o temprano, requerirá de un componente represivo más cotidiano y exhaustivo (los recortes presupuestarios no alcanzaron a la policía, ni al Ejército y para los servicios de inteligencia derivaron una partida multimillonaria por decreto). El simplismo con el que propone leer la complejidad actual puede estallar por el aire y la bronca que azuzan en un porcentaje cada vez mayor y más transversal de la sociedad puede volver con justa furia.

Los fascistas de hoy apenas alcanzan la farsa de un fascismo histórico que logró permanecer en el poder hasta convertirse en una caricatura de sí mismo. Los libertarios comenzaron como caricatura, pero ya no son graciosos ni “exóticos”, finalmente, tienen lo peor de la política tradicional mas los confunde la soberbia del principiante. Los partisanos de hoy tampoco serán como los de antes, pero cuidado Milei, un día la multitud festejará y lanzará la pregunta: ¿cómo se ve el mundo desde la perspectiva del último Mussolini? El último, sí, el Mussolini final, que cuelga de las patitas, boca abajo después de tanto agitar fuerzas que lo excedían.         

Fotos de Lucía Fares

La galería de fotos de cartelería de la marcha fue provista por el CeDInCI (Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas).

Ariel Pennisi es ensayista, docente e investigador de la Universidad Nacional de José C. Paz y de la Universidad Nacional de las Artes, codirector de Red Editorial, coordinador del área de Nuevas Tecnologías del Instituto de Estudios y Formación de la Central de Trabajadores de la Argentina Autónoma, autor de Nuevas Instituciones (del común), Papa Negra y Globalización. Sacralización del mercado; coautor de La inteligencia artificial no piensa (el cerebro tampoco), junto a Miguel Benasayag –publicado en Italia por Jaca Book; El anarca (filosofía y política en Max Stirner), junto a Adripan Cangi –publicado en Italia por Mimesis; Del contra poder a la complejidad, junto a Miguel Benasayag y Raúl Zibechi; entre otros.